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Mi primera pista de montaña (1 / 2)

Son las 0800 y el despertador del móvil me recuerda que estoy alojado en Santo Domingo de la Calazada para aprovechar el día volando antes de la comida familiar a mediodía. Mi compañera sigue durmiendo y cuando le digo que ya es hora de levantarse e ir al campo, parece Camille (la osa parda más famosa por estos lares) en una duermevela invernal causada por alguna pesadilla de abejas en su persecución. Remolonea, gruñe y busca todo tipo de parapetos para evitar la luz solar. Fuera estamos a 2 graditos Celsius y se convierte en la disculpa ideal para conseguir que yo me vaya sólo y quedemos para desayunar-almorzar luego juntos.

Voy a coger el coche y la escarcha sobre el parabrisas es hielo duro. La tarjeta de crédito demuestra su utilidad incluso en ausencia de cajeros. Rasca que te rasca consigo hacerme una ventanita muy decorativa que me permite atisbar algo de la calzada de Santo Domigo.

Me acerco al campo y está totalmente helado. Impone respeto ser el primero en volar en esas condiciones. Así que, cuando me cruzo con dos compañeros que han dormido en la tienda de campaña a pie de campo y que van a desayunar, me ofrezco encantado a acompañarles. De hecho yo tampoco he tomado café, así que tampoco me vendrá mal.

Cuando volvemos, el instructor ya está en el aire, me avalanzo hacia mi avión, lo abrazo con cariño y le pido que me cuide. Le cuido yo primero; tras comprobar que el nivel de aceite está por debajo de mínimos (ya llevaba dos semanas en el límite y el frío habrá aportado su granito de arena) le añado un poco de aceite. No sólo voy a desayunar yo.

Caliento motores y voy rodando a cabecera. El grajo vuela bajo (es decir, hace un frío del carajo) y la pista está heladita. El paisaje es espectacular. ¡Que privilegio ser piloto! Es un sueño indescriptible. Una fantasía de adulto. Una pasión.

Tras hacer todas las comprobaciones, el avión parece que se va a portar tan bien conmigo como siempre, así que introduciendo gases con cariño y suavidad, voy girando hacia la pista 35 y termino el viraje contrarrestándolo con más potencia. Ya estoy enfilado y cogiendo velocidad, el anemómetro está vivo, con lo que la funda de tubo pitot estará en su sitio, dentro de la cabina. Tiro un poco de la palanca y, en seguida, el avión quiere subir. Cedo un poco para coger un poco más de velocidad y enseguida insiste de nuevo con que quiere volver a su medio, el cielo. Se lo permito e inciamos juntos una trepada de vértigo.

El aire es tan denso que casi se mastica. El avión parece navegar por un mar de aire fluído, semilíquido. ¡Cómo se comporta! ¡Qué gozada!

Cojo altura y, excepto cierta brumilla en las capas inferiores hacia el Este, la visibilidad es infinita. Veo el Pirineo todo nevado, Picos de Europa cubiertos con la misma manta de nieve y, siguiendo con el giro, el Moncayo también nacarado. ¡Es alucinante el invierno, qué visibilidad!

Por supuesto, la sierra de la Demanda también está nevada y apunto hacia San Lorenzo, el pico más alto encima de Ezcaray, desde donde bajan los esquiadores en la estación de Valdezcaray.

Noto cierta deriva y comienzo a corregirla. Muy pronto opto por no hacer rumbo directo y buscar laderas sobre las que aumentar la tasa de ascenso. No noto grandes ascendencias, pero algo ya ayudan. Miro hacia el Este y veo la pista de montaña que siempre está presente en los sueños del grupo de pilotos del campo. ¡Qué deseo! Voy a echar un vistazo. Además me han dejado una cámara de vídeo e igual puedo filmar la pista un poco para estudiar luego en comandilla como aterrizar en ella.

 

Tal y como me comentó un colega del campo, inicio un circuito con el tramo de viento cruzado a la altura de la parte superior de la pista. 4400 pies. Sigo con un viento en cola izquierda y comienzo a filmar con una mano en el bastón y la otra ocupada por la cámara. Regulo los gases sujetando el bastón con las rodillas y consigo milagrosamente configurar el avión para descender a 500 pies por minuto con una velocidad de 160 km/h y a 3.500 rpm. Viro a base y sigo filmando. Me siento tenso, como si estuviese copiando en un examen o robando el coche de mi padre con 18 años. Inicio una larga final y la tasa de descenso parece adecuada para hacer una pasada por encima de la copa de los árboles a ambos lados de la pista sin tener que tocar el mando de gases.

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