¡Vaya
fin de semana! (1 de 5)
Después
de trabajar, a eso de las 2030, por fín salgo para casa
para preparar el equipaje para el fin de semana. La mochila con
los mapas de la península y la parte sur de Francia, el
plotter, GPS, CR-3, lápiz 2B, goma de borrar, gorro de
vuelo, gorra con visera, gafas de sol, cámara de fotos,
la betería de respuesto, café soluble, azúcar,
leche y el traje de gala (una camiseta de repuesto).
Buf,
son las 2200 y me quedan 2 horas de viaje por carretera, qué
horror! Y pensar que tengo el aeroclub de Sondika a 8 minutos...
La
llegada a Lumbier es la habitual, cervecita en la Conce (el bar
de enfrente de la gasolinera), unas aceitunas y al campo con la
furgoneta. La soledad más absoluta. No hay discusiones,
no hay risas, ... Es el nirvana de la paz espiritual y el comienzo
de un fin de semana que promete ser espectacular. Un hormigueo
de gozo sordo me recorre el cuerpo.
Llego
al campo, aparco la furgoneta y ni siquiera salgo de ella para
meterme en la parte de atrás, quitarme la ropa e introducirme
en el saco. La noche está estrellada. Parece mentira cuanto
dinero nos gastamos en comprar una casa con lo bonito que es dormir
en una habitación con vistas al cielo.
Ya
es sábado por la mañana, son las 0700 y ya estoy
en pie. Me preparo un café soluble en el club y me voy
a hacer la revisión del avión. Como esperaba los
depósitos están un poco por encima de la mitad.
Serán unos 60 litros, éso me da autonomía
suficiente para 4 a 5 horas. De sobra. A las 1000 he quedado con
un compañero para ir a Zaragoza.
Todo
está en orden, aceite, líquido refrigerante, los
carburadores parecen en orden, el goteo inferior de aceite en
los culatines sigue presente, pero parece no haber afectado al
nivel de aceite, el día está despejado, viento nulo,
... Todo parece perfecto.
Una
vez introducido todo el equipaje en el avión, me dispongo
a arrancar el motor. Aire, bomba, magnetos, y... contacto! Estupendo,
siempre arranca a la primera, ésto es una maravilla. Voy
quitando el aire poco a poco y dejo el motor a 2.500 rpm para
que se vaya calentando. Me pongo los cinturones, aseguro la mochila
en el asiento del copiloto, cierro la cabina y procedo a planificar
el viaje a La Rioja.
Es
un camino ya tan conocido que la planificación parece más
un ritual para acortar la espera hasta el calentamiento del motor
que otra cosa. En la furgoneta he comprobado que estamos a 1ºC,
así que tendré que ser paciente.
El
viaje no es nada del otro mundo, coger altura, si sopla algo del
este ir hacia peña Izaga para aprovechar las corrientes
ascendentes y si no tirar directamente hacia Gallipienzo. Luego
rumbo a Tafalla, vistazo a la pista forestal, Berbinzana (el campo
que jamás diviso sin ayuda del GPS), sierra de Cantabria
y todo hacia el oeste.
El
viento es nulo así que opto por la pista 18 para no molestar
al pueblo con el ruido del motor. Ruedo hasta el punto de espera
de la pista 18, mientra hago el AMICO (compruebo si estoy Atado,
si los Mandos responden, si los Instrumentos están en orden,
si la Cabina está cerrada en sus 3 puntos y Observo que
no haya nadie más madrugador que yo en el aire). Son las
0745 y notifico la entrada en pista 18 para despegue inmediato.
En el giro para alinearme con la pista observo que la bola funciona,
señalando un derrapaje y cuando estoy a punto de alinearme
meto gases a tope para contrarrestar el giro, manteniendo el pie
metido. Así me ahorro tener que pisar el pie izquierdo
para alinear, economía de movimientos...
El
aire está espeso y enseguida levanto la rueda de morro.
Un poquito más y mi amado trasto está en el aire.
Bajo el morro para coger velocidad aprovechando el colchón
mullidito pegado a la pista y cuando tengo los 120 km/h de rigor,
comienzo un ascenso acentuado que me lanza a ese maravilloso paisaje
del valle de Lumbier. ¡Jamás me cansaré de
extasiarme ante las panorámicas que se abren a nuestros
ojos desde el aire! ¡Ésto es la leche!
No
hay nada de viento, así que tampoco hay ascensores gratuitos.
Viro directo hacia Gallipienzo y mantengo el avión a 120
km/h. ¡Ésto sube como un tiro! Quito la bomba de
gasolina y limpio el avión. Baja un poco el morro y quiere
coger velocidad, pero lo trimo y sigo en ascenso a 120 km/h. Voy
a pasar perfectamente los molinos de la Sierra de Izco, no problem!
La
adrenalina comienza a subir. No recuerdo porque pero mi subconsciente
me dice que estoy en una situación de máxima cautela.
Parece que el café no estaba lo suficientemente cargado.
Miro las velocidades y nada, indicadores de motor, todo en orden,
pienso en los buitres, pero ésos todavía están
durmiendo. No tendrán ascendencias y además pueden
volar todos los días, así que no tienen tanta ansiedad
por aprovechar el fin de semana de vuelo como yo. Miro alrededor
y por fin caigo. Alguna vez he visto aviones comerciales en aproximaciones
realmente bajas por el valle dirigiéndose a Iruñea.
Miro nervioso a izquierda y derecha, trimo el avión para
bajar el morro y coger más velocidad y meto gases. Prefiero
estar el menor tiempo posible en esta zona. En principio, pasan
más altos, pero siempre puede haber un despistado o un
aburrido que prefiere ver el paisaje de más cerca.
Entro
en el valle de Sangüesa y me dirijo hacia Cáseda.
La deriva me indica que hay algo de viento del Este pero no parece
ser demasiado fuerte. Apunto con el morro hacia el Este y sigo
rumbo a Gallipienzo. Dejo a mis pies Aibar y contínuo hasta
la pequeña Sierra de San Pedro. A la altura del Río
La Bizkaia Gallipienzo se ve vigilante sobre el río Aragón,
parece más una fortaleza que un pequeño pueblecito
con casas de piedra.
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